21.11.20

Lazos blancos en el día de la Niña María.

Hoy es el día de la Niña María y como cada año nos pondremos nuestros uniformes azules, limpiaremos con cuidado nuestros zapatos y le pediremos a mamá que nos ponga un Lazo blanco en el pelo. "Hoy es la fiesta..." Saldremos del colegio en fila, una clase tras otra en dirección a la Parroquia "La Luz", mientras en el patio, las mayores se preparan para salir las últimas. "Alegría hay bailes y cantos..." Por la tarde en el salón de Actos los nervios estarán a flor de piel y eso que hemos ensayado mucho y nuestros trajes ya estarán listos para salir a escena. "Porqué una Flor al colegio del cielo ha bajado..." La traerán en procesión las de tercero. Este año se irán del colegio, pero no sin antes hacer los honores a Nuestra Niña. "Con su perfume el ambiente se hace alegría..." Ya llega, ya. Las niñas de cada banco en la iglesia, se ponen de pie y se dan la vuelta para recibirla. Ya se vé el resplandor de las velas que la acompañan. "Y las flores cantando y rezando celebran alegres su Niña María" De camino al altar mayor va nuestra Virgen Niña, y por el pasillo central nos mira con su delicada sonrisa. Y es que... "Ella es la flor, la blancura, belleza, la nieve del alba. Todo amor, el Lucero radiante que alumbra mi vida. A tus pies yo pondré, ilusión, esperanza y amor Con un beso en la frente te digo Oh mi Virgen Niña, Delicia de Dios". (Himno a la Niña María). Hoy, 21 de Noviembre, es "La Presentación de Nuestra Señora" y miles de niños y niñas, celebran su día.

3.2.11

El espíritu del dragón

Su caballo se detuvo cuando el valiente caballero tiró ligeramente de sus riendas. Tenía sed. Desmontó y se agachó a la orilla del río para beber. Su noble semblante se reflejó sobre sus aguas cuando se quitó su oxidado casco. Durante años había dado caza a todo dragón que había aterrorizado a cualquier pequeña población a lo largo y ancho de aquel viejo continente.

Podría haber contado sus hazañas, su intrépidos asaltos a guaridas, cuevas y montañas, donde los dragones moraban. Era una pena que los caballeros cazadores de dragones no supieran leer ni escribir. Su espada era su pluma y los corazones de las bestias su único papel. Su piel tenía, en forma de cicatrices, la marca de cada dragón que había derrotado.

Al principio era fácil. Sólo había que esquivar el fuego que lanzaban, aquellas endemoniadas bestias y apuntar al centro de su pecho cuando entre llamarada y llamarada, paraban un segundo a respirar. Pero a medida que los dientes de dragón iban colgando de la silla de montar, de su fiel corcel, sus temores iban en aumento.

-Al próximo puede que no consiga darle caza- Pensaba.-Ya no soy tan joven y ellos cada vez son mas listos.

Lo que aún no había averiguado el Caballero era que los dragones jóvenes eran más inexpertos que los viejos, y aunque su fuerza era mayor, los viejos eran más precavidos y sabios. Habían aprendido a observar a los humanos. Habían aprendido que los corazones de los hombres eran débiles y con cada dragón que moría, los humanos adquirían los pecados que estos habían guardado en su corazón. El espíritu de un dragón no moría jamás, tan solo cambiaba de morada.

Hacía unos meses había oído a un granjero contar historias de dragones milenarios. Mantenía que muchos de ellos sólo eran portadores de nuestros mas horribles pecados.

-Mire viejo- le dijo el caballero en aquella desaliñada taberna del pueblo donde se alojó durante un tiempo- Matan nuestros rebaños, queman nuestras casa, arrasan nuestras cosechas. Son una plaga que debemos exterminar.

El granjero apuró su bebida y suspiró con resignación.

-Cada vez que se llevan una oveja, dejan a un niño con vida. Cada vez que queman una casa, dejan en pie un pueblo. Cada vez que arrasan un huerto dejan en paz nuestros graneros- se levantó despacio- Mata al último dragón y nosotros mismos nos robaremos unos a otros, nosotros mismos quemaremos la casa del vecino y seremos nosotros mismos los que arruinemos nuestras cosechas. Porque sus corazones derramarán sobre nosotros la ira, la envidia y maldad que durante años ha permanecido encerrada en ellos. Ya no seremos nosotros contra ellos.

-¡Seremos nosotros contra nosotros!- Dijo exasperado el Caballero- lo has repetido durante horas.

Miró a los ojos al viejo. Estaban tristes y cansados. Grandes surcos cruzaban su frente y sus labios, llenos de grietas, contenían un cierto temblor. Algo, en aquella profunda mirada, de tristeza le hizo detenerse a pensar si aquel viejo tendría razón.

-¡Deja de incordiar!- Le gritó el tabernero al granjero- Este caballero ha matado a tu querido dragón. Ese al que sólo tú oías llorar por las noches ¡Viejo Loco! ¡Estamos mejor si él!

Antes de que atravesara la puerta, el caballero le detuvo.

-¿Has oído llorar a ese dragón?

-He de volver a mi casa, mi familia me espera- se limitó a contestar.

El caballero le siguió hasta su carro. Le vio acariciar a su caballo y darle un trozo de manzana que llevaba en el bolsillo. Antes partir, aquel viejo loco, se volvió al caballero.

-Los dragones hablan, cantan y lloran- le dijo- Cuentan su historia, cuando su muerte se acerca. Se lamentan por la carga que han de llevar y que serán desterrados de toda su realidad. Heredaremos su maldad cuando desaparezcan de la tierra. Sólo un humano logrará esa hazaña y sólo uno oirá su condena. Me temo que tu destino como caballero ha sido ya marcado junto al destino del último dragón.

Y dicho esto emprendió el camino a casa.

El agua del río estaba tan fría que casi helaba la cara. El deshielo había comenzado, la primavera había irrumpido en el bosque llenándolo todo de verdor . La suave brisa traía el frescor de las montañas y los pájaros trinaban con fuerza. Un lago cercano llenaba de serenidad el valle.

El atardecer trajo la noche y con ella el anhelado descanso. Encendió fuego y se acurrucó a la vera del tronco de un frondoso árbol para conciliar el sueño.

El rescoldo de la hoguera aún crepitaba cuando el caballo empezó a cocear y relinchar. El caballero se despertó en un sobresalto y corrió hacía su fiel compañero. Agarrándole de las bridas trató de calmarlo.

-¿Qué pasa viejo amigo?- dijo acariciándole el lomo- ¿Has oído algún lince merodeando?

El bosque estaba oscuro, y salvo por los grillos no oyó nada más. Miró hacia el lago. El leve reflejo de la luna delataba la bruma que se arremolinaba en la superficie. Todo parecía estar en calma, pero el nerviosismo de su caballo le había estar alerta.

Echó leña al fuego y lo avivó con un soplido. Volvió a su lecho bajo el árbol, agarró fuertemente su espada y se sentó dispuesto a pasar la noche en vela.

Pasadas unas horas le venció el sueño. De las profundas aguas del lago emergieron unos ojos brillantes y como un susurro del viento, un canto surgió como un lamento.

"Noble es tu corazón caballero
pero mucho odio has heredado
mañana la muerte me acecha
y el espíritu de este viejo dragón
no os traerá mas que la contienda"

Al día siguiente el caballero dio caza al dragón y aquella hazaña fue por mucho tiempo recordada. Con el paso de los años, simplemente pasó a ser leyenda.

Y en el aire de la tierra aún se oye el canto, en forma de lamento, de aquel viejo dragón, cuando los humanos hacen estallar otra guerra...

4.4.10

Las fundas de colchón si son pequeñas, mejor.

No recuerdo si era principio de verano o finales de el, si era otoño o invierno, pero montábamos una casa. Una casa que no nos recordaba aún nada ni a nadie. Una casa nueva en un sitio nuevo. Eran sólo paredes blancas. Cuartos desnudos y escaleras frías. En el dormitorio que iba a ser el de las chicas sólo había dos canapés y encima dos colchones nuevos. En el cuarto de al lado mis sobrinos y mi hijos se afanaban en montar una tienda de campaña con colchones hinchables.

Entraba el sol por la ventana. Era un día bonito. De esos que te hacen disfrutar del calor en la cara y el verde de la naturaleza. Pero aquella casa no olía a nada salvo a materiales de construcción y pintura. Esa casa era una tabla rasa. El comienzo de una nueva etapa para todos nosotros.

Hacía poco que habíamos perdido a un miembro de la familia, éramos uno menos. Supongo que tras un larga y dura enfermedad todo lo que se podía llorar había sido llorado ya. Todo lo que se asume, tras la muerte de un ser querido, había sido asumido ya. Mi madre había dejado de sufrir. No se ignoraba el tema pero tampoco se hablaba demasiado de él. No la recodábamos con tristeza. Pero tampoco sin ella. Simplemente había dejado de sufrir. Y nosotros con ella.

-¿De verdad os quedáis a dormir hoy?- Pregunto mi hermana.

-Si, están decididos- dije intentando que no se notara que me apetecía incluso más a mi que a ellos. - Ya están terminado de montar la tienda de campaña en el otro cuarto.

-Bueno- dijo resignada - Pues habrá que hacer estas camas ¿no? Ayúdame.

Dejó caer encima de cada cama unas bolsas de plástico que contenían sendas fundas de colchón.

-He probado los colchones y son muy duros.- Dije.

-Nos gustan duros- Explicó- Son buenos ¿sabes?

-No lo dudo- No pretendía hacer una crítica, era un hecho que los colchones eran duros, simplemente.

-Vamos a poner las fundas, anda.

- ¿No son muy finas?- dije sacando una de su plástico.

-No había otras- sentenció.

- Hay unas muy buenas de la misma tienda que son mas fuertes y tienen unas flores blancas… - empecé a comentar mientras abría la cremallera de una de ellas.

- Si, ya- dijo en tono enfadado- Pero no las había. Si mal no recuerdo eras tu las que comprabas de estas y fue mamá la que te enseño que eran mejor las otras. Pero no había y estoy harta de buscar cosas para esta casa. No hago otra cosa que comprar y pensar cosas para esta casa ¿Vale?

- Vale - Suspiré- Pongámoslas. Siempre podemos cambiarlas si no te gustan luego.

-No- volvió a sentenciar- Ponemos estas y ya está.

Ella metió por los pies del colchón la funda y tiró de ella hasta la mitad más o menos. El colchón era alto con lo que la funda, aunque daba bastante de sí, no llegaba a la cabecera.

-Ayúdame con esta y luego ponemos la otra- pidió.

-Vale, yo tiro y tu cierras la cremallera.

No sé cuando entró mi sobrina, ni si llevaba mucho tiempo viéndonos luchar con el colchón y la funda, pero la escena debía ser divertida por que se sonreía.

- ¿Os ayudo?

-No- dijimos casi a la vez- nosotras podemos.

-Vaya si podemos - dije yo - Tu madre ha dicho que las pone y las pone.

- No voy a cambiarlas- repitió.

-Pues yo lo veo bastante mal. ¿no?- dijo mi sobrina.

- Ya sabes - dije mientras la voz me salía distorsionada por el esfuerzo de tirar de la funda - Colchones buenos, fundas pequeñas y madre cabezota ¿Quién ganará?

Mi hermana empezó a reír.

-No me hagas reír, que pierdo fuerza- dijo entre dientes.

Y estirando de la funda se subió a la cama para sujetar con todo su cuerpo la funda encima del colchón.

- ¡Tira ahora!- gritó y yo tiré.

Por fin conseguimos meter una esquina. Yo la sujetaba con todas mis fuerzas para que no se volviera a salir. La posición era incómoda, arrodillada entre la cama y la pared. El equilibrio era casi perfecto. Pared culo, cama colchón, piernas suelo, manos funda. Creo que por un momento pensé en usar los dientes, pero en ese momento mi hermana dijo:

-¿Ves? Ya esta. Ahora la otra - dijo muy digna con el culo en pompa.

Mi hija apareció por la puerta llamando a su prima para que fuera a ver algo de la habitación de los chicos, pero al vernos a la dos en tal posición abrió los ojos como platos y preguntó

-¿Qué hacéis?

- Poniendo fundas a los colchones- dijo mi sobrina.

Entonces mi hija debió de decidir que era mas divertido ver a su madre y a su tía hacer torsiones sobre una cama, que lo que estuvieran haciendo los chicos y se quedó también a mirar.

-Bueno ahora la otra esquina- dijo soltado el poco resuello que le quedaba.

-¿Y como piensas que lo hagamos? - dije entre risas.

-Fácil, yo la sujeto y tu mientras cierras la cremallera- dijo desafiante.

- De veras- le rogué - Yo voy a cambiarlas. Voy y vuelvo hoy mismo, si quieres.

La verdad es que eran 50 Kilómetros de nada, en coche, y que era una absurda oferta, pero había que intentarlo.

Empezábamos a tener las manos rojas de tanto tirar.

-No- Y tras coger de nuevo impulso grito de nuevo - ¡Tira!

Y vaya si tiré.

Con las dos esquinas de arriba en su sitio, apoyamos nuestras cabezas en la cama para descansar un poco sin dejar de sujetar la funda.

- Pero mira que eres cabezota - dije medio agotada.

- Las pongo y las pongo- dijo ella entre soplidos.

-¡Y vaya que si las pone!- dijo mi sobrina.

Para entonces las niñas también ayudaban a tirar de la funda y sujetar el colchón.

-¿Por qué cuesta tanto poner una fundas?- Preguntó mi hija en bajito a mi sobrina.

- Porque mi madre las ha comprado pequeñas- Respondió.

Mientras seguíamos las dos allí sujetando la funda. Mi hermana sobre la cama y yo entre la espada, digo, mi hermana y la pared, en unas posiciones … digamos que antiestéticas.

- No son pequeñas- dijo mi hermana- Pone claramente en la bolsa que son las medidas correctas.

-Ya- dije yo entre dientes- y nos cuesta tanto ponerlas ¿Por qué … ?

- … Por que tu no tiras lo suficiente- dijo tajante.

Me eche a reír a carcajadas y casi pierdo la esquina que yo sujetaba.

- ¡No te rías tanto y cierra la cremallera ya!

- ¡Si es tan fácil, cierra la tú!

En ese momento las niñas reían a carcajadas tiradas sobre la otra cama.

-No me hagáis reír, que si se me escapa la esquina y la liamos ¿Eh?- las dije sin fuerzas.

En ese momento vi que mi hermana tenía una rozadura en un dedo y había caído una pequeña gotita de sangre sobre la tela.

- ¡Hala! Pues ahora si que no se pueden cambiar - le dije- A la de tres, tu sujetas y yo cierro la cremallera.

Y aunque no fue a la de tres, cerrar lo que se dice cerrar, cerramos la cremallera.

Y así fue como pusimos la primera funda y luego la segunda. ¡Vaya si lo hicimos!.

Siempre mantuve, que eso de que una moneda pudiera rebotar en una cama, si la tela estaba lo suficientemente tensa, no podía ser verdad. ¡Claro que no contaba con mi hermana!

Al acabar, los ojos de mi hija brillaban. Últimamente los había visto brillar mucho tras la muerte de su abuelita, pero esta vez era de risa. Como cuando yo llorara de risa, oyendo a mis tías y a mi madre contarse cosas de jóvenes o probándose ropa de las unas y las otras.

Y quizá, gracias a aquellas fundas pequeñas de colchón, y los mil y un detalles que vinieron después, aquella casa dejó de estar vacía. Y no pudimos empezar a llenarla de mejores recuerdos para los niños.

Una fundas de colchón grandes jamás hubieran sido lo mismo, ni de lejos.

21.3.10

Querida Xisca:

Pupurri de Xisca


Hace tiempo que te leo, pero no me atrevía a comentar. Hoy te contare algo mío personal y es un poco largo como para dejarlo en comentarios. Me parece justo compartirlo contigo cuando tu compartes tanto con nosotros. Durante muchos años sufrí de insomnio y llegué a estar en tratamiento por ello, aún lo estoy. Odiaba dormir, quizá porque mi abuelo siempre nos decía “quien mucho duerme poco vive“… pero te aseguro que él no tiene la culpa de mi insomnio, pobre. Mas bien lo decía porque en verano de niños nos hacíamos los remolones por las mañanas y luego nos daban las tantas para bajar a desayunar.

Pero en el fondo la idea de que el que mucho duerme poco vive, caló en mí. Hasta dormir entre 2 y 4 horas solamente. También me negaba a soñar, no era real, era ficción, no era vida. ¡Qué error! Mi médico me habló de las torturas nazis basadas en la falta de sueño. Yo era mi propio NAZI … Glup! Y yo echándole la culpa a mis ganas de vivir. Es difícil de explicar, cada cual tiene sus demonios en esta vida.

Un día una amiga me dijo que soñar despierto era bueno y todavía mejor si era dormido. Era un momento mágico que podíamos controlar. La mayor parte de ellos, los sueños, son inconscientes. Pero hay otros que los creamos cuando empezamos a dormir. Es como si le diéramos instrucciones a nuestro cerebro … “sueña algo bonito para mi“. Y funciona. No sé si es muy científico pero a mi me funciona. Da igual que sea irreal o absurdo, imposible o un deseo. Que sea algo bonito… pero mío.

A mi particularmente tus sueños me han recordado a los míos, cuando empecé a querer dormir y soñar. Tampoco soñaba con mis hijos. Pero si con mis amigas y con mis abuelos. Con la casa del pueblo, la que recorría con tal precisión que era como si volviera a estar en ella. Con el cole de niñas, su campana de cobre verde y nuestros juegos. Y empecé a dormirme cada noche con esos recuerdos. Luego mis sueños iban por donde querían y eran tan extraños, como que el cole ya no era un cole, si no una gran obra de teatro donde todas teníamos un papel o la casa de mis abuelos, ya no era un lugar de veraneo, si no un hotel con huéspedes donde estaban alojados mis antiguos amores, que si no fuera porque se parecía a una serie de esas de la Lina Morgan, donde todo lo que pasaba era de risa, lo hubiera catalogado de “pesadilla”.

De muchos sueños ni me acuerdo, normal, pero otros se convirtieron en relatos para mis hijos y para mis amigos.

No te digo que ahora me guste dormir, porque me siguen dando las tantas a veces delante del ordenador o leyendo un libro. Pero los sueños me ayudan, son mi otro mundo, mi otra vida ¿Cuál es más real? ¿Vivimos en una pesadilla y cuando nos dormimos es cuando realmente despertamos a la vida que nosotros construimos y queremos? No lo sé, ni sé lo que significa. Yo me duermo y los disfruto. Me hacen sentir bien, salvo el del ascensor que no llega a ninguna parte y siempre se acaba abriendo en la misma planta, ese es aburridísimo jajajajaja…

Siento el rollo, ya acabo.

Felices sueños Xisca, disfrútalos mucho y gracias por compartirlos con nosotros.

19.11.07

La Pajarita que se convirtió en Rana

Amaneció una fría mañana de Noviembre en la sierra y en aquella gran mesa de comedor , después del desayuno, tan sólo quedamos el abuelo, la pequeña Rebeca y yo.

Como cada sábado el abuelo, bolígrafo en mano, iba punteando los artículos que recortaría más tarde para su estudio financiero. Rebeca estaba sentada a su lado y le imitaba. El abuelo para que le dejara seguir con su mutilación matutina de la prensa salmón, le había dado, a la pequeña niña de siete años, un periódico viejo de días anteriores.

Rebeca se afanaba en pintarrajear aquel diario. A mi hija le atraían más los anuncios de colores que la letra impresa.

Yo sonreía viendo la escena, mientras intentaba concentrarme en una abultada novela, que llevaba intentando acabar algunos días.

El resto de los niños se arremolinaban en el sofá, provistos de sus maquinitas electrónicas, mientras se quejaban de no poder salir a jugar.

-¿Sabes Rebeca?- dijo el abuelo cuando hubo terminado con el último periódico- En los periódicos hay muchos animales.

-¡Y no sabes cuantos!- Pensé yo, prestando atención a lo que el abuelo intentaba explicarle a mi hija.- ¡Pues menuda está la prensa hoy en día!

-¿Hay animales pintados?- Preguntó la niña extrañada.

-No-Dijo el abuelo- Viven dentro de las hojas de los periódicos. ¿Quieres que los saquemos de ahí?

-¡Sí, por favor!- gritó encantada.

El abuelo cogió una de la hojas que había pintarrajeado Rebeca y se puso a doblarla con esmero. Al ratito dejó encima de la mesa una gran pajarita de papel.

-¡Eso es una pajarita de papel abuelo!-dijo la niña defraudada- Yo también se hacerla.

Y al poquito, la pequeña dejó la suya también, encima de la mesa.

El abuelo sonrió.

-¿Y sabes hacerla volar?-Dijo con picardía.

-¡Las pajaritas no vuelan abuelo!- le reprochó Rebeca.

-Las mías sí- sentenció el abuelo.

Y tomando la suya entre sus manos, la desplegó y volvió a plegarla una y otra vez, hasta que adoptó forma de cigüeña.

Cuando estuvo acabada, la colocó entre los dedos de la niña, y tirando suavemente de la cola, empezó a batir las alas como si volara.

-¡Oh!- gritó esta entusiasmada- ¡Enséñame como hacer una cigüeña que vuela, abuelo!

Durante un buen rato mi padre enseño a mi hija, lo que tantas veces había hecho conmigo cuando era niña, convertir una simple pajarita papel en una pequeña cigüeña de grandes alas.

La niña se afanaba por aprender a doblar y doblar, hasta que al final, ayudada por el abuelo hizo aletear a su cigüeña.

-Papá- Dije yo entonces, guiñando un ojo a Rebeca- ¿Todavía sabes hacer la rana que salta?.

-¿Una rana que salta?- Preguntó Rebeca emocionada.

El abuelo meneó la cabeza pensativo.

-Pues no sé- dijo con cara burlona- No sé si mi pajarita querrá convertirse en rana hoy.

-¡La mía seguro que sí abuelo!- Dijo la pequeña tendiéndole la pajarita que había hecho un rato antes.

-Esta bien- dijo el abuelo- podemos intentarlo.

Y dobla que dobla aquella pajarita se convirtió en rana. Luego sobre la mesa la hizo saltar, de aquí para allá, provocando las carcajadas de la niña.

Durante un buen rato estuve contemplado aquella escena, donde entre risas, sorpresas y juegos, unas manos de abuelo y unas manos de nieta, consiguieron que la vida me regalara una de las mas bonitas escenas que tendré de ellos dos juntos.

Aquella mañana de Noviembre en que una simple Pajarita de papel se convirtió, de nuevo ante mis ojos, en Rana.


27.9.07

Hoy es 27 de septiembre.

Era yo muy pequeña cuando una mañana vi a mi madre sentada esperando a la entrada de mi casa.

La puerta estaba cerrada y nadie había llamado a la puerta. Simplemente estaba allí sentada esperando, escuchando en silencio, cada movimiento en la escalera, cada ruido del portal, intentando adivinar que pasaba detrás de aquella puerta.

Yo la observaba desde un rincón, al final del pasillo.

Minutos antes mi hermana, no mucho mayor que yo, había salido por primera vez ella sola a comprar el pan.

Por entonces costaba la barra de pan cuatro pesetas y media.

Una manzana de casas, una cuesta y un paso de cebra era todo lo que separaba mi casa de la panadería. En ir y volver se invertían unos pocos minutos.

Pero la recuerdo cerrando la puerta, en silencio. La recuerdo pensativa y alerta. la recuerdo quieta, sentada en aquella silla, sin poder hacer nada más que esperar a que mi hermana volviera...

19.1.07

Mi nuevo amigo F-E-R-N-A-N-D-O

Hoy ha sido mi primer día de cole, nos mudamos después de las vacaciones de verano a un pueblecito de la sierra, papa dice que aquí todo es mas sano.

Yo casi que me alegro, porqué aunque tenía algunos amigos en mi antiguo colegio, que me llamaran "el lentito" no me gustaba nada.

Mientras esperábamos para entrar mamá ha saludado a una vecina que iba con su hijo. Fernando, que así se llama, llevaba unos hierros raros en una pierna.

-Hola soy Jaime, soy nuevo- le dije mientras nuestras madres hablaban de como pasaba el tiempo y lo caro que estaba todo.

-Hola- dijo sin prestarme mucho interés.

-¿Qué te ha pasado en la pierna?- le pregunté.

-Me caí con la bici- dijo secamente.

Le pregunté si le dolía y el movió la cabeza de un lado a otro.

La puerta se abrió y nuestras madres empezaron a despedirse.

-Ten cuidado- decía la madre de Fernando.

-Todo irá bien- decía mi madre.

Nos besaron y abrazaron como si no fueran a vernos mas. Fernando y yo pasamos un rato malísimo con tanto besuqueo, el resto de los niños entraba y nos miraba. Fue un corte.

En la clase Mary Carmen, que así se llama mi profesora nos presentó a los niños nuevos.

Explicó que Fernando tenía una pierna mal y que entre todos le ayudaríamos a ponerse mejor. Dijo que siempre tendría que tener cuidado porque aunque podría andar sin los hierros, después de un tiempo, necesitaría rehabilitación para andar de nuevo bien, con su pierna lesionada.

Luego me presentó a mi. Dijo que era un niño muy listo en matemáticas, que sabía que me encantaba el Ajedrez y que un pajarito le había dicho que era todo un campeón de concursos escolares. También explicó que tenía una dificultad con la lectura y la escritura, porque era disléxico, y que al igual que Fernando necesitaría nuestra ayuda para aprender cada día un poquito más. Un niño preguntó que si eso se curaba, Mari carmen dijo que no, que era como la pierna de Fernando, la lesión estaría conmigo siempre, pero que podía aprender a leer y escribir sólo que con más cuidado y con algo más de ayuda.

-Fernando anda ¿Verdad?- les preguntó.

Todos asistieron con la cabeza.

-Jaime lee y escribe, no tan bien como vosotros, pero lo hará.- y me sonrió.

En el recreo todos jugaban, y Fernando estaba sentado en un banco del patio. Me acerqué y le pregunté si quería jugar al ajedrez. Me dijo que se le daba fatal y que le ganaría siempre. Le propuse enseñarle trucos para mejorar y empezamos a jugar.

-¿Qué trucos puedo enseñarte para leer y escribir mejor?- Me preguntó- A mí se me da muy bien la lengua.

-Mi logopeda me enseña a deletrear palabras difíciles, dice que eso me ayudará cuando escriba.

Empezamos a jugar y tras explicarle la de cosas que se podían hacer con un Alfil, me comió una Torre.

-¡Bien chaval, bien!- reí.

-¿Cómo se deletrea Alfil?- me preguntó de repente.

-A-L-....-dudé un momento- F-I-L.

-¡Bien chaval, bien!- rió.

Esta noche estoy muy contento, tengo nuevo colegio, y mi nuevo amigo se llama:

F-E-R-N-A-N-D-O.


El relato de hoy está dedicado a Dislexia sin Barreras por luchar para eliminar las barreras con las que se encuentra un disléxico en el sistema educativo actual y por pedirnos que aunemos esfuerzos con el fin de conseguir evitar el temido fracaso escolar.

¡Un niño disléxico debe tener las mismas oportunidades para llegar a ser lo que quiera que un niño sin Dislexia!

14.12.06

Ajos plantados y bien plantados

Don Toribio una vez al año se levantaba al amanecer, cogía la azada en vez de la callada y salía al jardín.

En la casa todos dormían, salvo Estrella que cuando oía ruido en el piso de abajo rascaba la puerta del cuarto de su amo, hasta que este la dejaba salir.

Entonces muy silenciosamente recorría la casa, olisqueando en busca de algo extraño. Si no había nada por lo que preocuparse, buscaba la puerta entreabierta por la que había salido el abuelo y se colaba por ella.

Y así le encontraba, en camiseta, con los tirantes bien amarrados al cinto, arrodillado ante la larga valla blanca de cal.

Estrella se tumbaba a bastantes metros de distancia y le observaba. Como la cosecha se pretendía grande y el trabajo laborioso, la perra cruzaba las patas delanteras, apoyaba su morro en ellas y resoplaba. Tocaba esperar.

Pasaban las horas y para entonces se oía el ruido de fondo de la radio de la abuela.

Cuando se levantaba y los veía a los dos en el jardín, no podía menos que mover de un lado a otro la cabeza. Mirando al cielo pedía clemencia una vez más.

Olía a pan tostado cuando el resto de la familia bajaba a desayunar.

-Buenos días madre- le decía su hijo dándole un beso- ¿Y padre?

-¡Plantando ajos!- decía resignada.

-¿Y Estrella?- preguntaba entonces, mirando de un lado a otro.

-¡Oh!¡Oh!- pensaban todos.

Entonces silbaba y silbaba, llamando a la perra.

Estrella hacía lo que hacía siempre. Primero levantaba una ceja y luego la oreja. Se cercioraba un ratito de que era a ella, a la que silbaban y remoloneando, como si le pesara el culo, se dirigía a la cocina.

-¡Quieta ahí!- le decían señalando debajo de la mesa.

Al rato el abuelo llegaba sudoroso, llenito de tierra hasta las cejas y con la azada a rastras.

-¡Buenos días Abuelo!-decían todos al verle entrar.

-Pero padre le dije que lo haría yo- le reprochaba su hijo.

-¡Mañana!- Refunfuñaba sin resuello- yo te espero andando.

-¡Este hombre nos va matar a disgustos!- decía la abuela- miralo, si le va a dar algo, todo fatigado.

Pero él no contestaba, dejaba la azada en el garaje y se iba a asear.

Entonces empezaba el reparto de tostadas y de los vasos de leche.

Calentita y con nata, para Fernando. Los pequeños sólo mermelada. Alguno la prefería bien quemada y sólo con mantequilla, otros con aceite y sal, otros con miel ó con paté, pero claro, no siempre había sobrado de la tarde anterior, así que había que conformarse con mantequilla y mermelada...y si alguien a estas alturas del cuento, piensa que Estrella, seguía tumbada debajo de la mesa, está totalmente equivocado.

Allí en la valla blanca de cal, y haciendo unos perfectos hoyos con sus patas delanteras iba dejando al descubierto, a la velocidad del viento, los afanados ajos del abuelo.

¡Todos los años lo mismo!. Ante la voz de alarma de la Abuela, como zafarrancho de combate, uno sujetaba a la perra, el resto volvía meter como podía los ajos en los hoyos, otros iban pisando fuerte la tierra para que, como hacía el abuelo, quedara bien tapado. Y otro vigilaba la puerta.

-¡Ya sale!- Alertaba al poco.

Hecho un pincel, todo de negro con chaleco y corbata, Don Toribio volvía a la cocina.

-¡Buenos días Abuelo!- repetían los nietos, casi terminado de sentarse de nuevo a la mesa.

Entonces todos terminaban de desayunar.

Un año más, alguno con tierra hasta en las cejas.
Un año más, con los ajos plantados y bien plantados.
Y un año más con Estrella atada y bien atada.

15.11.06

La puerta, el burro y una hogaza de pan con vino

Aquél viejo burro había ido y venido tantas veces, que el carro no se apartaba un milímetro de los surcos del polvoriento camino.

El joven que le guiaba era el hijo del carpintero. Un joven apuesto que recorría la comarca vendiendo las puertas fabricaba su padre.

Cada mañana solía pasar por la plaza de su pueblo, y se fijaba en una mozuela que tímidamente le miraba de reojo, mientras daba de comer a las gallinas.

Y así se ganaba la vida, vendiendo puertas de pueblo en pueblo.

Pero una mañana, la mozuela le llamó.

-Madre dice que tome usted medidas, que quiere cambiar la puerta antes que vengan los fríos.

Casi sin levantar la mirada, el joven se acercó.

-Todos quieren las puertas para antes del frío, no se sí podrá ser.

La joven sonrió.

-Ande, haga usted el favor. Madre hasta ayer no cobró las rentas y por eso no le hemos podido decir antes.

De cerca y a la luz de esa sonrisa, no tuvo el valor de negarse.

-Bueno, tomo medidas y ya veremos.

Durante un tiempo el carpintero estuvo muy atareado y día tras día, el joven veía como la puerta de la mozuela se retrasaba.

-Padre, la puerta es para una señora mayor de la plaza... ¿Podrá ser para antes de los fríos?

- !Qué espere como todos¡ Sólo tengo dos manos- gruñó el viejo.

Pasaron los días, llegó septiembre, con él las fiestas del pueblo en honor a Nuestra Señora, y por fin la puerta estuvo terminada.

-¿Irá al baile por la noche?- le preguntó la mozuela mientras le pagaba el trabajo acabado.

-No creo, el burro está cansado y aún tengo que ir pueblo abajo a poner otras puertas- le contestó timidamente.

-Yo iré con mis hermanas- y nuevamente esa sonrisa iluminó su cara.

Ya casi era de noche cuando el joven terminó todos sus trabajos, el burro casi renqueaba y la cuesta se hacía cada vez más larga.

-No me falles ahora- le rezaba al viejo burro.

Entonces recordó un trozo de hogaza de pan y un poco de vino que le sobró de la comida. Empapó la hogaza en vino y se la dio al burro.

Sesenta años más tarde en una noche de tormenta, fui a la cama de mi abuelita, los truenos me daban miedo y no podía dormir.

-Abuelita ¿Cómo conociste al abuelo?- le pregunté acurrucándome a su lado.

Mi abuela sonrió.

- Pues en el pueblo, gracias a una puerta, a un burro y a una hogaza de pan con vino.

Y aquella sonrisa borró, en un instante, todas las tormentas del mundo.