15.11.06

La puerta, el burro y una hogaza de pan con vino

Aquél viejo burro había ido y venido tantas veces, que el carro no se apartaba un milímetro de los surcos del polvoriento camino.

El joven que le guiaba era el hijo del carpintero. Un joven apuesto que recorría la comarca vendiendo las puertas fabricaba su padre.

Cada mañana solía pasar por la plaza de su pueblo, y se fijaba en una mozuela que tímidamente le miraba de reojo, mientras daba de comer a las gallinas.

Y así se ganaba la vida, vendiendo puertas de pueblo en pueblo.

Pero una mañana, la mozuela le llamó.

-Madre dice que tome usted medidas, que quiere cambiar la puerta antes que vengan los fríos.

Casi sin levantar la mirada, el joven se acercó.

-Todos quieren las puertas para antes del frío, no se sí podrá ser.

La joven sonrió.

-Ande, haga usted el favor. Madre hasta ayer no cobró las rentas y por eso no le hemos podido decir antes.

De cerca y a la luz de esa sonrisa, no tuvo el valor de negarse.

-Bueno, tomo medidas y ya veremos.

Durante un tiempo el carpintero estuvo muy atareado y día tras día, el joven veía como la puerta de la mozuela se retrasaba.

-Padre, la puerta es para una señora mayor de la plaza... ¿Podrá ser para antes de los fríos?

- !Qué espere como todos¡ Sólo tengo dos manos- gruñó el viejo.

Pasaron los días, llegó septiembre, con él las fiestas del pueblo en honor a Nuestra Señora, y por fin la puerta estuvo terminada.

-¿Irá al baile por la noche?- le preguntó la mozuela mientras le pagaba el trabajo acabado.

-No creo, el burro está cansado y aún tengo que ir pueblo abajo a poner otras puertas- le contestó timidamente.

-Yo iré con mis hermanas- y nuevamente esa sonrisa iluminó su cara.

Ya casi era de noche cuando el joven terminó todos sus trabajos, el burro casi renqueaba y la cuesta se hacía cada vez más larga.

-No me falles ahora- le rezaba al viejo burro.

Entonces recordó un trozo de hogaza de pan y un poco de vino que le sobró de la comida. Empapó la hogaza en vino y se la dio al burro.

Sesenta años más tarde en una noche de tormenta, fui a la cama de mi abuelita, los truenos me daban miedo y no podía dormir.

-Abuelita ¿Cómo conociste al abuelo?- le pregunté acurrucándome a su lado.

Mi abuela sonrió.

- Pues en el pueblo, gracias a una puerta, a un burro y a una hogaza de pan con vino.

Y aquella sonrisa borró, en un instante, todas las tormentas del mundo.

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