4.4.10

Las fundas de colchón si son pequeñas, mejor.

No recuerdo si era principio de verano o finales de el, si era otoño o invierno, pero montábamos una casa. Una casa que no nos recordaba aún nada ni a nadie. Una casa nueva en un sitio nuevo. Eran sólo paredes blancas. Cuartos desnudos y escaleras frías. En el dormitorio que iba a ser el de las chicas sólo había dos canapés y encima dos colchones nuevos. En el cuarto de al lado mis sobrinos y mi hijos se afanaban en montar una tienda de campaña con colchones hinchables.

Entraba el sol por la ventana. Era un día bonito. De esos que te hacen disfrutar del calor en la cara y el verde de la naturaleza. Pero aquella casa no olía a nada salvo a materiales de construcción y pintura. Esa casa era una tabla rasa. El comienzo de una nueva etapa para todos nosotros.

Hacía poco que habíamos perdido a un miembro de la familia, éramos uno menos. Supongo que tras un larga y dura enfermedad todo lo que se podía llorar había sido llorado ya. Todo lo que se asume, tras la muerte de un ser querido, había sido asumido ya. Mi madre había dejado de sufrir. No se ignoraba el tema pero tampoco se hablaba demasiado de él. No la recodábamos con tristeza. Pero tampoco sin ella. Simplemente había dejado de sufrir. Y nosotros con ella.

-¿De verdad os quedáis a dormir hoy?- Pregunto mi hermana.

-Si, están decididos- dije intentando que no se notara que me apetecía incluso más a mi que a ellos. - Ya están terminado de montar la tienda de campaña en el otro cuarto.

-Bueno- dijo resignada - Pues habrá que hacer estas camas ¿no? Ayúdame.

Dejó caer encima de cada cama unas bolsas de plástico que contenían sendas fundas de colchón.

-He probado los colchones y son muy duros.- Dije.

-Nos gustan duros- Explicó- Son buenos ¿sabes?

-No lo dudo- No pretendía hacer una crítica, era un hecho que los colchones eran duros, simplemente.

-Vamos a poner las fundas, anda.

- ¿No son muy finas?- dije sacando una de su plástico.

-No había otras- sentenció.

- Hay unas muy buenas de la misma tienda que son mas fuertes y tienen unas flores blancas… - empecé a comentar mientras abría la cremallera de una de ellas.

- Si, ya- dijo en tono enfadado- Pero no las había. Si mal no recuerdo eras tu las que comprabas de estas y fue mamá la que te enseño que eran mejor las otras. Pero no había y estoy harta de buscar cosas para esta casa. No hago otra cosa que comprar y pensar cosas para esta casa ¿Vale?

- Vale - Suspiré- Pongámoslas. Siempre podemos cambiarlas si no te gustan luego.

-No- volvió a sentenciar- Ponemos estas y ya está.

Ella metió por los pies del colchón la funda y tiró de ella hasta la mitad más o menos. El colchón era alto con lo que la funda, aunque daba bastante de sí, no llegaba a la cabecera.

-Ayúdame con esta y luego ponemos la otra- pidió.

-Vale, yo tiro y tu cierras la cremallera.

No sé cuando entró mi sobrina, ni si llevaba mucho tiempo viéndonos luchar con el colchón y la funda, pero la escena debía ser divertida por que se sonreía.

- ¿Os ayudo?

-No- dijimos casi a la vez- nosotras podemos.

-Vaya si podemos - dije yo - Tu madre ha dicho que las pone y las pone.

- No voy a cambiarlas- repitió.

-Pues yo lo veo bastante mal. ¿no?- dijo mi sobrina.

- Ya sabes - dije mientras la voz me salía distorsionada por el esfuerzo de tirar de la funda - Colchones buenos, fundas pequeñas y madre cabezota ¿Quién ganará?

Mi hermana empezó a reír.

-No me hagas reír, que pierdo fuerza- dijo entre dientes.

Y estirando de la funda se subió a la cama para sujetar con todo su cuerpo la funda encima del colchón.

- ¡Tira ahora!- gritó y yo tiré.

Por fin conseguimos meter una esquina. Yo la sujetaba con todas mis fuerzas para que no se volviera a salir. La posición era incómoda, arrodillada entre la cama y la pared. El equilibrio era casi perfecto. Pared culo, cama colchón, piernas suelo, manos funda. Creo que por un momento pensé en usar los dientes, pero en ese momento mi hermana dijo:

-¿Ves? Ya esta. Ahora la otra - dijo muy digna con el culo en pompa.

Mi hija apareció por la puerta llamando a su prima para que fuera a ver algo de la habitación de los chicos, pero al vernos a la dos en tal posición abrió los ojos como platos y preguntó

-¿Qué hacéis?

- Poniendo fundas a los colchones- dijo mi sobrina.

Entonces mi hija debió de decidir que era mas divertido ver a su madre y a su tía hacer torsiones sobre una cama, que lo que estuvieran haciendo los chicos y se quedó también a mirar.

-Bueno ahora la otra esquina- dijo soltado el poco resuello que le quedaba.

-¿Y como piensas que lo hagamos? - dije entre risas.

-Fácil, yo la sujeto y tu mientras cierras la cremallera- dijo desafiante.

- De veras- le rogué - Yo voy a cambiarlas. Voy y vuelvo hoy mismo, si quieres.

La verdad es que eran 50 Kilómetros de nada, en coche, y que era una absurda oferta, pero había que intentarlo.

Empezábamos a tener las manos rojas de tanto tirar.

-No- Y tras coger de nuevo impulso grito de nuevo - ¡Tira!

Y vaya si tiré.

Con las dos esquinas de arriba en su sitio, apoyamos nuestras cabezas en la cama para descansar un poco sin dejar de sujetar la funda.

- Pero mira que eres cabezota - dije medio agotada.

- Las pongo y las pongo- dijo ella entre soplidos.

-¡Y vaya que si las pone!- dijo mi sobrina.

Para entonces las niñas también ayudaban a tirar de la funda y sujetar el colchón.

-¿Por qué cuesta tanto poner una fundas?- Preguntó mi hija en bajito a mi sobrina.

- Porque mi madre las ha comprado pequeñas- Respondió.

Mientras seguíamos las dos allí sujetando la funda. Mi hermana sobre la cama y yo entre la espada, digo, mi hermana y la pared, en unas posiciones … digamos que antiestéticas.

- No son pequeñas- dijo mi hermana- Pone claramente en la bolsa que son las medidas correctas.

-Ya- dije yo entre dientes- y nos cuesta tanto ponerlas ¿Por qué … ?

- … Por que tu no tiras lo suficiente- dijo tajante.

Me eche a reír a carcajadas y casi pierdo la esquina que yo sujetaba.

- ¡No te rías tanto y cierra la cremallera ya!

- ¡Si es tan fácil, cierra la tú!

En ese momento las niñas reían a carcajadas tiradas sobre la otra cama.

-No me hagáis reír, que si se me escapa la esquina y la liamos ¿Eh?- las dije sin fuerzas.

En ese momento vi que mi hermana tenía una rozadura en un dedo y había caído una pequeña gotita de sangre sobre la tela.

- ¡Hala! Pues ahora si que no se pueden cambiar - le dije- A la de tres, tu sujetas y yo cierro la cremallera.

Y aunque no fue a la de tres, cerrar lo que se dice cerrar, cerramos la cremallera.

Y así fue como pusimos la primera funda y luego la segunda. ¡Vaya si lo hicimos!.

Siempre mantuve, que eso de que una moneda pudiera rebotar en una cama, si la tela estaba lo suficientemente tensa, no podía ser verdad. ¡Claro que no contaba con mi hermana!

Al acabar, los ojos de mi hija brillaban. Últimamente los había visto brillar mucho tras la muerte de su abuelita, pero esta vez era de risa. Como cuando yo llorara de risa, oyendo a mis tías y a mi madre contarse cosas de jóvenes o probándose ropa de las unas y las otras.

Y quizá, gracias a aquellas fundas pequeñas de colchón, y los mil y un detalles que vinieron después, aquella casa dejó de estar vacía. Y no pudimos empezar a llenarla de mejores recuerdos para los niños.

Una fundas de colchón grandes jamás hubieran sido lo mismo, ni de lejos.

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